top of page

Una vida tintorera

  • Ermili,Francisco
  • 18 nov 2015
  • 3 Min. de lectura


Irma y Alberto atendieron sólo a 5 personas en el día. Trabajan tranquilos, sin apuros, tomándose su tiempo en los detalles de cada tarea. La tintorería lleva el nombre “Sakura” porque a Irma le encantaba como decora la casa de su infancia los arboles de flores rosas. Hace 44 años que trabajan en el local abierto por ellos en 54 entre 3 y 4. Sin titubear recuerda que fue un 3 de Mayo de 1971 que realizaron este emprendimiento.


Las primeras tintorerías japonesas se instalaron en Buenos Aires en 1912 y rápidamente aumentaron en número hasta convertirse en la actividad de la mayoría de los japoneses de la Ciudad de Buenos Aires. “Esta profesión no exigía instalaciones costosas, ni una alta capacitación técnica, ni gran dominio del idioma. El desarrollo laboral era a nivel familiar, en el que entraba dinero en efectivo todos los días.” Escribió Irene Caffiero en su libro “Algunas Voces Mucha tradición” que trata la inmigración japonesa en La Plata.


Irma y Alberto son la primera generación de japoneses de su familia nacidos en Argentina. Ella nació en 1952 en San Telmo y vivió allí hasta su adolescencia. Él en cambio, nació en 1949 en Berisso. Los clubes de las colectividades en Argentina realizaban eventos y festejos, como siguen haciendo hoy en día, para que los migrantes japoneses y sus hijos mantengan vínculo con la cultura japonesa. “Así es como nos conocimos en una fiesta que realizaba la embajada japonesa en el jardín japonés.” contó Irma. Cuando conoció a Alberto, era una adolescente de 17 años que pensaba en un futuro laboral con sueños de tener su propio negocio.


La joven no quería seguir teniendo trabajo informal de ama de casa, quería un empleo fijo y con horario, Alberto se había cansado de trabajar en un taller mecánico de Berisso. Con todo lo ahorrado y alguna ayuda de créditos y de su familia, se mudaron juntos a fines de 1969 a La Plata con la idea clara de abrir su propia tintorería. “Era una profesión que no generaba mucho costo, ni requería saber mucha técnica, eso nos motivó a abrir la nuestra en esta ciudad en la que no había tanta competencia como en Buenos Aires” dijo Irma.


El negocio se ve austero. No tiene un cartel con el nombre, ni alguna inscripción que dé cuenta que es una tintorería. Si no se conoce el negocio hace falta pasar por enfrente y detenerse a mirar por el gran ventanal para saber qué es. A simple vista se ve desorden y la antigüedad. Detrás del gran mostrador de madera cuelgan, desde el techo, los pantalones y sacos ya listos para entregar. Hay 2 lavadoras viejas color anaranjado y varias cajas de herramientas e insumos amontonadas, y una pequeña habitación al fondo que tiene una gran secadora.


Alberto trabaja en la habitación con la secadora y un vestido dorado. No hay ventanas, una luz amarilla lo alumbra. Los anteojos de gran aumento dejan ver a sus ojos bien concentrados en la prenda. La manipula con calma y suavidad. Irma parada en el mostrador, recibe la ropa, la organiza en percheros que cuelgan del techo y la entrega.


“Hoy la ropa es más variada y accesible, ya no se tiene una prenda que se usa siempre y hay que hacerla lucir como nueva. Aunque los chicos sean más de remera y jean, con el trabajo que tenemos sobrevivimos” contó Irma. Esto genera un problema para los trabajadores en este rubro que con el tiempo se va desgastando y perdiendo rentabilidad.


Varios negocios fueron cerrando a lo largo de los años. Irma y Alberto resisten. Los vecinos del barrio pasan por la calle y saludan, los conocen porque hace casi medio siglo que tienen el local y tienen una clientela fija que confía en su trabajo.


Ella recuerda alegre y entre risas que años atrás el movimiento era constante en el negocio:: sus hijas Mía y Graciela se paseaban seguido por la cercanía con las facultades de Odontología y Arquitectura a las que asistían, y se juntaban a estudiar en el segundo piso con sus compañeros. Pero esos años quedaron lejos.


Hoy Irma de 63 años y Alberto de 66 son los únicos que atienden a toda hora. “Uno se acostumbra al poco movimiento, a estar solos, al silencio y al encierro” dijo Irma haciendo referencia a la imposibilidad monetaria de contratar empleados, sumado a que sus hijas no siguieron la misma labor que sus padres. Aunque al hablar parezca desganada y que el tono de su voz suene cansado por la monotonía, ese es su lugar. “No podría dejar Sakura con todo lo que me dio. Moriría ajustando una costura, tiñendo un saco o arreglando algún vestido”.

 
 
 

Comments


© 2023 by The Artifact. Proudly created with Wix.com

bottom of page